Por Rodrigo Motas
Tamayo
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Espere,
no se da cuenta que estoy conversando, lo compra o lo deja, no tengo menudo,
eso no tiene que ver conmigo o se está tramitando pero no depende de
nosotros, son respuestas que escuchamos en muchas ocasiones en
algunas entidades, empresas o establecimientos, ya sea de prestación de
servicios o atención al público cuando gestionamos o buscamos la solución a
problemas o necesidades hogareñas, del centro laboral o personales.
Irrita el
presentarse ante una recepcionista que conversa por teléfono y se molesta
porque se le interrumpe, el dependiente de una unidad impone el producto que
expende, hacemos una cola pero compran más los del costado que los organizados
y en otros casos, si es un problema a solucionar que se ha elevado a sus
respectivas instancias, encuentra respuestas como las anteriores.
No es un
secreto para los cubanos de hoy que aún existan negligencias y
personas que se sienten ajenas o se distancien ante los problemas,
en muchas situaciones ¨no coger lucha¨ o ¨ese no es mi problema¨
constituye la salida más rápida para no enfrentarlos o solucionarlos, dejando
un mal gusto en cuanto a normas de convivencia o de educación formal.
Si
vivimos en colectividad se espera de todos respeto a esa convivencia, a las
normas y leyes de ética y moral establecidas, y más que todo, respeto
entre unos y otros, y para con nosotros mismos.
José
Martí con su prodigioso genio personal, advertía que "en este mundo no
hay más que una raza inferior: la de los que consultan antes que todo su propio
interés, bien sea el de su vanidad, o el de su soberbia, o el de su peculio; ni
hay más que una raza superior: la de los que consultan, antes que todo, el
interés humano.
Especial
énfasis nos corresponde hacer en esta hora en que las máximas
figuras de la Revolución nos convocan al combate diario para hacer realidad sus
proféticas palabras cuando señaló: el talento la Naturaleza lo da y vale
lo mismo que un albaricoque o una nuez; pero el carácter, no; el carácter se lo
hace el hombre y la mujer… el carácter si es motivo de orgullo, y quien lo ostenta,
resplandece.
El
Apóstol de la primera independencia cubana aspiró y ofrendó su vida a esa
causa: una sociedad en la cual, una vez guardados los aperos de labranza
y concluida la jornada laboral, los hombres y las mujeres se diferencien sólo
por el brillo de su frente y el fuego de su corazón.
Interiorizar
tales preceptos martianos es muy cierto
que nos harán más capaces y educados, concientes de que
trabajamos para los demás y para nosotros mismos, que lo de todos es bien
común y que la sociedad brilla con la hermosura de sus integrantes. Eso
se espera de todos nosotros.
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