Por Rodrigo Motas Tamayo.
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Cuando en nuestros puntos de venta, placitas y mercados es
fácil conseguir lechuga, tomate,
remolacha y zanahoria y tampoco se hace difícil consumir una rica minuta
o sardinilla de pescado en cualesquiera de los puntos de la ciudad, sería bueno pensar en que no
solo nos estamos alimentando, sino también contribuyendo a que nuestro
organismo se mantenga sano.
Para nadie es secreto
la vinculación directa que tienen algunos alimentos con la prevención de
enfermedades y el reforzar nuestras defensas inmunológicas, teniendo en cuenta
que sus propiedades nutritivas posibilitan contrarrestar desgastes del
organismo y merman la acción de envejecimiento.
La ciencia conoce de los múltiples beneficios que los seres
humanos y los animales obtienen de sustancias químicas activas contenidas en
frutas, hortalizas y otros vegetales, así como en los pescados.
Una amiga me
comentaba no soportar el olor o
sabor del ajo y la cebolla y que no
podía ni ver el pescado,
y como ella se que muchos se ven
en similar situación, lo que muchas veces descansa en el desconocimiento o un
mal hábito de alimentación.
Científicamente se sustenta que la ingestión de ajo ayuda a
combatir un sinnúmero de hongos, bacterias, parásitos y virus, aumenta las
secreciones bronquiales, estimula las mucosas gastrointestinales, es diurético
y antinflamatorio, controla el colesterol malo y contribuye a prevenir y
aliviar el dolor de las piernas al caminar, causado por la
arteriosclerosis.
Expertos han identificado y nombrado Alisina a una sustancia
activa en el ajo, y afirman que el frecuente consumo de esta planta liliácea
aumenta el diámetro de los pequeños vasos sanguíneos, lo que hace que la sangre
fluya con mayor facilidad y disminuya la presión.
También coinciden en que casi todos los pescados son ricos
en vitamina B12, vital para el sistema nervioso, y en yodo, esencial para la
glándula tiroides. El pescado blanco es
buena fuente de proteínas bajas en grasas y en calorías, y de vitaminas y
minerales. El azul, además de contener calcio, proporciona ácidos grasos
polisaturados Omega-3, que ayudan a prevenir la cardiopatía coronaria,
infartos, apoplejías, y algunos tipos de cáncer.
Las verduras aportan fibras, vitaminas y minerales,
contribuyen a proteger las membranas celulares de los daños que causa la
oxidación, la cual origina las mayores dolencias y el envejecimiento
precoz.
Hay que preservar costumbres
culinarias y alimenticias de muchos de nuestros padres y abuelos, quienes aún con sus consejos nos abren el
camino para mantener una vida sana. La
tradición oral posibilita que el saber empírico, en relación con el uso de las
llamadas plantas medicinales, se propague de generación en generación, especialmente en regiones rurales.
Recordar todo esto y llevarlo a la práctica cotidiana de
nuestra mesa y nuestras vidas es darnos a nosotros mismos mayor garantía de
existencia en un mundo que se asfixia lentamente por la mano depredadora del
hombre.
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